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Una canción sumeria, de la que tan solo han llegado 65 líneas de extensión, narraba «la infidelidad de Dumuzi». A pesar de su culpabilidad, pero de acuerdo con las costumbres ancestrales del país, la esclava -la “fuente del pecado”, según el anónimo autor- fue ejecutada ante el pueblo, que participó también en el castigo, rematando a la “culpable” con lo que cada uno tenía a mano.
Inanna se venga, pero el recuerdo de su fiel esclava, la atormenta. Tras un vacío textual, la diosa aparece repuesta a su dolor y decide acudir ante Dumuzi, que, tal vez, le ha pedido perdón. Al faltar texto en este extremo se ignora si la diosa meditó o no venganza por el ultraje sufrido. Quizá esta composición sea un reflejo político de la supremacía de la Inanna guerrera de Akkad sobre el sur sumerio. El comienzo de la canción se ha perdido.
Mitos de Inanna
Poema sumerio
La sagrada Inanna, enterada un día del comportamiento de su esposo, llamó a Ninshubur, su heraldo, y le dijo:
Heraldo, acude ante el pueblo y pronuncia estas palabras de acusación de unos hechos totalmente probados. Dile así de parte de Inanna:
“Mi siempre leal doncella, de palabras agradables, la que me hacía los encargos, la de palabras verdaderas, una que sabe, de buen juicio, señora del templo Akkil. Esa chica, esa esclava, que hizo actos prohibidos, esa esclava fuente del pecado, la del destino horrendo, con cara regada de lágrimas, habiéndose sentado en el trono sagrado, luego se tumbó también en el lecho sagrado. Y llegó a conocer el falo del que estaba allí”.
Oída aquella acusación, el pueblo se reunió para ir a presenciar la ejecución de la condena.
-¡Venga, vayamos allí, venga, vayamos allí, a la ciudad! ¡Vayamos al espectáculo! ¡Vayamos allí, a la ciudad, a Kullab! ¡Vayamos allí a Uruk, construida de ladrillo! ¡Vayamos allí, a Zabalam, construida de ladrillo! ¡Vayamos allí a Hursag-Kalamma! ¡A la ciudad, a la ciudad! ¡A Babilonia, construida de ladrillos! ¡Acudamos a la palabra pronunciada por Inanna!
La venganza de Inanna
La esclava, la fuente del pecado, se había arrojado de rodillas al polvo. Inanna la miró con su mirada de muerte. La diosa gritó, emitió un ardiente grito de castigo. Luego, con el rostro lleno de ira, la cogió por el rizo de la frente, la arrastró hasta la muralla de la ciudad. Y a aquella fuente del pecado la arrojó al exterior desde el matacán de la muralla. Efectuada aquella acción, Inanna, todavía enfurecida, dijo:
Que el pastor la mate con su cayado, que el que hace elegías la mate con su pandero, que el alfarero la mate con su jarra de cerveza, que el guardián la mate con su daga y su maza.
Sin embargo, la venganza no soluciono el dolor por la traición. La traición de Dumuzi le había causado infinito dolor. También a Inanna le atormentaba el recuerdo de la confesión de su esclava. La infeliz había querido que la diosa lo supiera todo. Inanna decía para sí, sollozando amargamente:
-Mi esclava me lo contó todo entre lágrimas y lamentos. ¡Ojalá mi corazón hubiera podido contener sus gemidos, su despecho! En verdad, mi esclava me contó lo que hubo y lo que no hubo entre ellos. Me relató punto por punto como Dumuzi le mostraba sus atenciones durante el día para poder pasar la noche con ella. ¡Ojalá que mi corazón hubiera podido contener sus gemidos!
El dolor de la diosa
Sin embargo, muy pronto la diosa recuperó su orgullo. Al fin y al cabo, ¡se trataba de una esclava! Cierto que le había sido leal en el pasado, cumplidora de todos sus encargos, pero la realidad era la que era y no podía ya devolverle la vida, pues le había castigado con la muerte. Así que, apartado de su mente aquellos remordimientos, Inanna exclamó:
-¡Debo alejar el dolor! ¡Yo soy la joven señora! ¡yo soy Inanna! Soy la que agitó los cielos, la que hace temblar la tierra. Esa es mi fama. ¡Debo mantenerla!
Tras aquellas palabras, Inanna se lavó con agua fresca, se frotó con jabón, recuperando así su cotidiano aseo, que había descuidado como muestras de dolor y de luto por la traición de Dumuzi y por la muerte de su esclava. La diosa, cuando se hubo lavado con agua de la brillante jofaina de cobre, se hubo frotado con jabón de la reluciente jarra de piedra, se hubo perfumado con el dulce aceite de la jarra de alabastro, se vistió con el vestido principesco, el vestido de la Reina del cielo, se puso su diadema alrededor de la cabeza, se puso khol en sus ojos, tomó su brillante cetro en la mano, fue en busca de su esposo.
Era preciso reconciliarse con él. Y mucho más desde que le había pedido perdón. Por ello Inanna, tras hacerle saber que se lo había concedido, accedió al ruego del esposo, a la petición del pastor, y acudió al redil en donde se hallaba Dumuzi, acudió al puro refugio en donde la comida ya dispuesta, en donde el pan era servido por manos limpias. Inanna, no se sabe si meditando su venganza, acudió junto a su esposo.
Mitología Sumeria
Bibliografía
- Federico Lara Peinado (2017). Mitos De La Antigua Mesopotamia: Héroes, dioses y seres fantásticos. La infidelidad de Dumuzi (pag.329). Editorial Dilema. ISBN 8498273889.