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Inanna (Ishtar)

La astucia de Inanna

La astucia de Inanna

Tiempo estimado de lectura: 6 minutos

La astucia de Inanna es una canción sumeria, tipo tigi, de unas 60 líneas de extensión, presenta, mediante un monólogo mantenido por la diosa Inanna, los requiebros pasionales que Dumuzi le hizo inmediatamente después de enamorarse de ella. El texto, conocido también como “La astucia de las mujeres”, hubo de recoger (el pasaje está lamentablemente perdido) la habilidad de Inanna para lograr que Dumuzi la pidiese previamente en matrimonio antes de que ella le concediese sus favores, que era lo que buscaba el precitado Dumuzi. Dentro de su sencillez, la canción (técnicamente un canto tigi) contiene pasajes de alto interés lírico.

Mitos de Inanna

Geshtinanna

El mensaje de Geshtinanna

Descenso de Inanna a los Infiernos

El descenso de Inanna

La pasión del amor

Dos jóvenes dioses se enamoraron tras haber sido creado el mundo, los hombres, los animales y las plantas. Se enamoraron un día cualquiera. Inanna había dejado pasar las horas de aquel día y deseaba en lo más profundo de su corazón que se hiciera de noche para que Dumuzi, después de terminar su día de trabajo, acudiera junto a ella. He aquí como Inanna recordaba todo lo que había sucedido. La diosa, hablando consigo misma, se decía: 

Yo, siendo una señora, habiendo dejado pasar las horas desde ayer, yo, que soy Inanna, habiendo dejado pasar las horas desde ayer, habiendo bailado, cantado cancioncillas todo el día hasta la noche, he aquí que al fin se encontró conmigo. ¡sí! Mi enamorado se encontró conmigo.

El señor tomó mi mano entre las suyas. Ama-Ushumgalanna puso su brazo alrededor de mis hombros y me dijo: 

“Hermosa Inanna, déjame que te acaricie, que conozca tu amor. Desde ayer, cuando te conocí y tu hermosura me prendó, apenas he vivido. Las horas de trabajo allá en el redil han pasado fatigosamente. ¡Deseo tu amor!”.

Yo, en verdad, joven y doncella, no quería entregar mi amor a un enamorado tan impetuoso y a quien había conocido hacía unas horas. Por eso le dije: 

Escucha, toro salvaje. Déjame ir, deja que me vaya a mi Casa. Semejante a Enlil, el dios de los Destinos, déjame ir, deja que me vaya a Casa. ¿Qué le contaría a mi madre si llego tarde? ¿Qué le contaría a Ningal, la gran señora?

Yo no quería hacer el amor de Dumuzi, pero tampoco quería perderle. No podía rechazarlo con demasiada severidad. En tal sentido le había pedido que me dejara marchar a mi Casa a una hora prudente. Pero Dumuzi me respondió diciendo que me enseñará excusas para contarle a mi madre si llegaba tarde. Me dijo riéndose: “Inanna”, déjame enseñarte historias de las que cuentan las mujeres. Así se la contarás ésta a tu madre:

“Caminaba con mi amiga por la plaza, al son del tambor, y ella bailaba conmigo. Nuestras tristes canciones eran dulces, me cantaba dulcemente y así se iba pasando el tiempo. ¡Perdí la noción del tiempo!”.

Le puedes contar esta historia a tu madre y así nosotros podremos juguetear a la luz de la luna. Deja que extienda para ti el dulce lecho de un príncipe, déjame deshacerte tu cabello y deja que disfrute contigo un dulce día de alegre satisfacción.

Sigue una laguna de unas 15 líneas, que podemos reconstruir libremente como sigue:

La excusa, en verdad, me agradó, le replicó Inanna. ¡Era creíble! Mi madre Ningal no hubiera sospechado nada, pero su petición de jugar conmigo y de yacer en un lecho, aunque fuera principesco, no me agradaba. Yo era todavía doncella. Por eso le reprendí, diciéndole: 

Dumuzi, yo no soy una mujer de las callejuelas. Si te he de abrazar debemos ser previamente marido y mujer. Debes comprender eso. Los Grandes dioses no verían bien mi comportamiento, semejante a una cualquiera. Debes proponerme en matrimonio. Debes lograr que nuestros padres pacten el sagrado lazo.

Debo creer que mis palabras fueron eficaces y debo pensar que Dumuzi estaba verdaderamente enamorado, pues, sin mediar palabra, respetándome en todo momento, comenzamos a dirigirnos a mi Casa, pediría la aprobación de mi madre y el compromiso se firmaría por ambas familias. Recuerdo que en aquellos instantes mis pensamientos fueron estos:

“Quieres parar a la puerta de mi madre. Estoy loca de contento. Quiere parar a la puerta de Ningal. Estoy loca de contento. ¡Oh, si alguien avisara a mi madre Ningal y rociara perfume de cedro sobre el suelo! Cuando lleguemos a mi Casa, cuya fragancia es dulce, las palabras de mi madre ante la noticia serán de alegría”.

Luego mientras nos dirigíamos a mi Casa, no pude menos que decirle a Dumuzi:

Dumuzi, mi señor, eres digno de la verdad de abrazarte. ¡Ama-Ushumgalanna, que vas a ser hijo político de Zu-en (Nanna), el dios luna! ¡Señor Dumuzi eres digno de abrazarte! Mi señor, tus riquezas son dulces, tus hierbas en la estepa son dulces, todas son dulces. Dulces serían tus caricias.

Mitología Sumeria

Amor en el Gipar

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Referencias

  • Federico Lara Peinado (2017). Mitos De La Antigua Mesopotamia: Héroes, dioses y seres fantásticos. La Pasión del Amor (pag.315). Editorial Dilema. ISBN 8498273889.

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